El señor Ricardo
Álvarez-Espejo, teniente general del ejército, ha propuesto
recientemente que se cree un Museo Militar en Barcelona, objetivo que
considera “ambicioso e irrenunciable”. Nuestra opinión es que ya era
hora que el ejército hiciera una propuesta que pudiera ser muy acogida
por la sociedad catalana. Estamos seguros de que el señor Álvarez-Espejo
se dejará asesorar, en una amable colaboración entre las fuerzas
armadas y mundo civil.
Para empezar sería muy interesante que el Museo Militar dedicara una galería a las masacres que el ejército ha cometido históricamente contra la población civil catalana. Por ejemplo, escogiendo una entre tantas, los hechos de Cambrils de 1640, cuando después de un breve asedio la plaza se rinde a las tropas castellanas. Incumpliendo todos los pactos, el ejército masacró a más de setecientos cambrilenses.
Muy apropiada y visual sería una sección que se titulara: “Bombas sobre Barcelona”, donde se detallaran todos los bombardeos que el ejército español, y sus aliados, han perpetrado históricamente contra la capital catalana. Difícilmente encontraríamos otro caso de una urbe bombardeada tantas veces, y tan salvajemente, por el mismo ejército que supuestamente tenía que defenderla. Digo que sería una sección muy visual porque se podrían incluir croquis y gráficos de la devastación urbana y humana, así como modelos de los proyectiles empleados, que incluirían desde la arcaica balística del siglo XVII hasta las modernas bombas de fragmentación de la guerra civil española.
Otro apartado lo merecerían los enfermos de psicopatía que se han enfundado el uniforme militar y han recalado en Catalunya. Como por ejemplo Charles de Espagnac (1775-1839), un francés expulsado de su país, por reaccionario, pero que hizo carrera en el ejército español. Su demencia lo llevó a prohibir las barretinas, el pelo largo en los hombres y las trenzas en las mujeres. Le gustaba bailar bajo la horca, entre los pies de los cadáveres que había mandado colgar, borracho por una combinación de ron y aguardiente. Fernando VII siempre lo defendió: “Está loco, pero para estas cosas no hay otro”.
Una temática indispensable para cualquier Museo Militar que se precie sería la de los gobernadores militares y su relación con Catalunya. Recordemos la famosa frase del general Espartero. “Hay que bombardear Barcelona cada 50 años para mantenerla a raya”. Menos célebre es el capitán general Juan Zapatero y Navas, conocido por sus propias tropas como el general Cuatro Tiros. Y con razón. Su frase preferida era: “Yo sé cómo se arregla; a ese, ‘cuatro tiros’; a ese otro, igual. Cuatro tiros y se acabó el problema”. Los civiles catalanes, en cambio, preferían denominarlo el Vampiro por su afición a los fusilamientos indiscriminados. En cierta ocasión ajustició a un pobre chico jorobado, escogido al azar. ¿El motivo? Que según algunos delatores en la última revuelta obrera había participado un chico jorobado.
El general Severiano Martínez Anido no desmerecía a sus predecesores: en 1920, como gobernador militar de Barcelona, se enfrentó con el gobernador civil Carlos Bas, a quien acusaba de “blando”. Anido le exigió que le dejara fusilar a “gente como Eugeni d’Ors, Lluís Companys, Joaquín Montaner, Francisco Layret, Salvador Seguí, Ángel Pestaña, Mario Aguilar, Guerra del Río, los hermanos Ulled, y otros”. En sus memorias Bas narra el diálogo. Bas: “Señor gobernador militar, soy el gobernador civil, no un asesino”. Anido: “No es cuestión de asesinar sino de ejecutar. No emplee usted palabras malsonantes”.
Y puesto que nos referimos a “palabras malsonantes”, también se podría dedicar una sección del museo a la temática “La prensa militar y Catalunya”. En las hemerotecas hay centenares y centenares de artículos del siguiente estilo, publicado en La Correspondencia Militar, el 13 de diciembre de 1907: “El problema catalán no se resuelve, por la libertad, sino con la restricción; no con paliativos y pactos, sino por el hierro y por el fuego”.
¡Qué gran fortuna que hoy en día el ejército español ya no practique las “palabras malsonantes”, que sólo sean materia de memoria y de museo! Esto es loable y es cierto. Tan cierto como que el pasado mes de noviembre publicamos el artículo “¡Un paso al frente!”, en el que describíamos el caso de un militar en activo, el teniente Luis Gonzalo Segura, a quien la fiscalía militar le ha abierto un expediente que podría acabar con la solicitud de seis años de prisión. ¿El delito? Ser el autor de una obra de ficción, concretamente una novela, donde se describen unas fuerzas armadas en las que reina el nepotismo y la corrupción a gran escala. Cuesta de creer, así que lo repito: en pleno siglo XXI la jurisdicción militar española puede pedir una pena de seis años de prisión por escribir una novela.
Precisemos, para acabar, que el mismo señor Álvarez-Espejo, que ahora nos regala la afortunada iniciativa del Museo Militar, publicó inmediatamente un artículo de réplica en este diario, titulado “Otro paso al frente”, una réplica extraordinariamente peculiar, por cierto, puesto que en todo su artículo no mencionaba ni una sola vez el motivo de réplica: es decir, el teniente Segura y su caso.
Cuando escribo estas líneas, el teniente Segura vuelve a estar bajo arresto
Para empezar sería muy interesante que el Museo Militar dedicara una galería a las masacres que el ejército ha cometido históricamente contra la población civil catalana. Por ejemplo, escogiendo una entre tantas, los hechos de Cambrils de 1640, cuando después de un breve asedio la plaza se rinde a las tropas castellanas. Incumpliendo todos los pactos, el ejército masacró a más de setecientos cambrilenses.
Muy apropiada y visual sería una sección que se titulara: “Bombas sobre Barcelona”, donde se detallaran todos los bombardeos que el ejército español, y sus aliados, han perpetrado históricamente contra la capital catalana. Difícilmente encontraríamos otro caso de una urbe bombardeada tantas veces, y tan salvajemente, por el mismo ejército que supuestamente tenía que defenderla. Digo que sería una sección muy visual porque se podrían incluir croquis y gráficos de la devastación urbana y humana, así como modelos de los proyectiles empleados, que incluirían desde la arcaica balística del siglo XVII hasta las modernas bombas de fragmentación de la guerra civil española.
Otro apartado lo merecerían los enfermos de psicopatía que se han enfundado el uniforme militar y han recalado en Catalunya. Como por ejemplo Charles de Espagnac (1775-1839), un francés expulsado de su país, por reaccionario, pero que hizo carrera en el ejército español. Su demencia lo llevó a prohibir las barretinas, el pelo largo en los hombres y las trenzas en las mujeres. Le gustaba bailar bajo la horca, entre los pies de los cadáveres que había mandado colgar, borracho por una combinación de ron y aguardiente. Fernando VII siempre lo defendió: “Está loco, pero para estas cosas no hay otro”.
Una temática indispensable para cualquier Museo Militar que se precie sería la de los gobernadores militares y su relación con Catalunya. Recordemos la famosa frase del general Espartero. “Hay que bombardear Barcelona cada 50 años para mantenerla a raya”. Menos célebre es el capitán general Juan Zapatero y Navas, conocido por sus propias tropas como el general Cuatro Tiros. Y con razón. Su frase preferida era: “Yo sé cómo se arregla; a ese, ‘cuatro tiros’; a ese otro, igual. Cuatro tiros y se acabó el problema”. Los civiles catalanes, en cambio, preferían denominarlo el Vampiro por su afición a los fusilamientos indiscriminados. En cierta ocasión ajustició a un pobre chico jorobado, escogido al azar. ¿El motivo? Que según algunos delatores en la última revuelta obrera había participado un chico jorobado.
El general Severiano Martínez Anido no desmerecía a sus predecesores: en 1920, como gobernador militar de Barcelona, se enfrentó con el gobernador civil Carlos Bas, a quien acusaba de “blando”. Anido le exigió que le dejara fusilar a “gente como Eugeni d’Ors, Lluís Companys, Joaquín Montaner, Francisco Layret, Salvador Seguí, Ángel Pestaña, Mario Aguilar, Guerra del Río, los hermanos Ulled, y otros”. En sus memorias Bas narra el diálogo. Bas: “Señor gobernador militar, soy el gobernador civil, no un asesino”. Anido: “No es cuestión de asesinar sino de ejecutar. No emplee usted palabras malsonantes”.
Y puesto que nos referimos a “palabras malsonantes”, también se podría dedicar una sección del museo a la temática “La prensa militar y Catalunya”. En las hemerotecas hay centenares y centenares de artículos del siguiente estilo, publicado en La Correspondencia Militar, el 13 de diciembre de 1907: “El problema catalán no se resuelve, por la libertad, sino con la restricción; no con paliativos y pactos, sino por el hierro y por el fuego”.
¡Qué gran fortuna que hoy en día el ejército español ya no practique las “palabras malsonantes”, que sólo sean materia de memoria y de museo! Esto es loable y es cierto. Tan cierto como que el pasado mes de noviembre publicamos el artículo “¡Un paso al frente!”, en el que describíamos el caso de un militar en activo, el teniente Luis Gonzalo Segura, a quien la fiscalía militar le ha abierto un expediente que podría acabar con la solicitud de seis años de prisión. ¿El delito? Ser el autor de una obra de ficción, concretamente una novela, donde se describen unas fuerzas armadas en las que reina el nepotismo y la corrupción a gran escala. Cuesta de creer, así que lo repito: en pleno siglo XXI la jurisdicción militar española puede pedir una pena de seis años de prisión por escribir una novela.
Precisemos, para acabar, que el mismo señor Álvarez-Espejo, que ahora nos regala la afortunada iniciativa del Museo Militar, publicó inmediatamente un artículo de réplica en este diario, titulado “Otro paso al frente”, una réplica extraordinariamente peculiar, por cierto, puesto que en todo su artículo no mencionaba ni una sola vez el motivo de réplica: es decir, el teniente Segura y su caso.
Cuando escribo estas líneas, el teniente Segura vuelve a estar bajo arresto
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